jueves, 18 de agosto de 2011

T.O.C.

El llamado trastorno obsesivo – compulsivo se caracteriza por presentar ideas obsesivas y / o compulsiones que generan en el paciente un malestar significativo en la vida cotidiana, ocupando gran parte de su tiempo e interfiriendo en sus actividades personales, sociales o laborales.


Se define como obsesión a pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes y persistentes que la persona experimenta como intrusivas e inapropiadas, enigmáticas, y que producen alto grado de ansiedad. El sujeto reconoce que estos pensamientos provienen de su propia mente que tienen un carácter de ajenidad, no sabe por qué se le imponen, intenta suprimirlos, ignorarlos o neutralizarlos con otra idea o acción (compulsión), quedando encerrado en un círculo del que no puede salir.


Por otra parte es necesario destacar, que la sintomatología debe generar un importante malestar cotidiano, ya que es frecuente la presencia de síntomas obsesivos y / o compulsivos en la población general, pero siempre que se presentes de manera aislada no se consideran patológicos.


Las obsesiones más comunes se encuentran relacionadas con pensamientos repetitivos de violencia (por ejemplo matar a un ser querido), contaminación o duda, mientras que las compulsiones más comunes son de limpieza (por ejemplo lavarse repetidamente las manos) de orden y de comprobación.


Ahora bien, decir comunes no significa que estos ejemplos agoten el amplio espectro de síntomas que puedan presentarse.


Esto último que parece una aclaración innecesaria no lo es si consideramos que el siglo XXI se caracteriza por ser el de la investigación del cerebro lo que de alguna manera ha generado un fenómeno de rechazo de la subjetividad, degradando los síntomas a conjuntos cerrados que al ser enumerados y catalogados reducen el diagnóstico a un rotulado, que abarca a todos los sujetos por igual sin considerar la singularidad del que consulta o el enunciado del paciente sobre su padecer.


De este modo se obtura el síntoma, y lo que de él sabe el paciente aún sin saber que sabe.


En ese sentido acordamos con el viejo dicho, no hay enfermedades sino enfermos.


Ahora bien, para continuar, cuando hablamos de obsesión es interesante señalar que dicha palabra proviene del latín y significa asedio y asedio según el diccionario es: “…Cercado en un lugar del que no se puede salir ni se puede pedir ayuda…”


Freud por su parte dirá que cuando hablamos de obsesiones nos hallamos en el Reino de la Sustitución; esto qué quiere decir que aunque la idea que se impone al paciente pueda variar lo que no varía es el afecto que va unido a ella, el estado emotivo permanece inalterado y justificado (ansiedad, duda, remordimiento, cólera) mientras que la idea cambia y se desplaza pero cualquiera fuere su formulación siempre estará tomada por un afecto inalterado.


Para el psicoanálisis la predisposición no se remite a la propensión genética, si bien es cierto que muchos sujetos narran en el consultorio que alguien de su familia padecía o padece de lo mismo, esto puede atribuirse a lo que llamamos identificaciones que son aquellos rasgos privilegiados de los padres o referentes en la infancia con los que se construye la subjetividad.


S. Freud en “El malestar en la cultura” (1930) señala que la civilización imprime una marca sobre el cuerpo. Los avances de la ciencia y de la técnica mejoran la vida de los seres humanos pero al mismo tiempo se instala una relación de malestar entre el hombre y la civilización: al aumentar el poder del cuerpo también se aumenta algo que es inherente al humano y es el poder de destrucción del mismo, es decir, la pulsión de muerte se incluye en esta perspectiva.


El cuerpo es el modo de acceder a una representación del mundo. El cuerpo nos da la certeza de que estamos vivos y que tenemos una inscripción en el mundo. En el sujeto con trastornos obsesivos el temor a perder el control del cuerpo se manifiesta claramente. Aparecen momentos de certeza, de angustia, de que el mundo de sus pensamientos lo invade con ideas que se le imponen, temores de que algo terrible sucederá. Este afecto penoso o estado emotivo (ansiedad, duda, remordimiento) lo impulsa a realizar acciones de defensa a fin de evitar que se cumplan sus pensamientos. Esta es una manera de estar en el mundo que conlleva un malestar insoportable para quien lo padece porque el cuerpo está afectado por ideas, rituales que lo perturban. Cuando la idea obsesiva y el estado emotivo asociado a ella se ponen en funcionamiento en un sujeto, es decir una idea y medidas protectoras para defenderse de ella y este mecanismo se repite, ya estamos en la dimensión del síntoma.


Las obsesiones que padecen estos sujetos se constituyen en un impedimento para hacer lazo social, es decir, relacionarse con el otro: sus pares, superiores, el otro del amor, etc.


Se puede decir que estos sujetos se aíslan, a veces en su cuarto, donde creen estar protegidos del mundo, otras en sí mismos sin entablar lazos de amistad o camaradería. Sin embargo no logran evitar que los pensamientos se le impongan del mismo modo que sucedería en el espacio exterior. La situación los desborda en su vida de relación, no pueden responder a lo insoportable.


En 1909 S. Freud recibe en su consultorio a un joven universitario que padece de representaciones obsesiva desde la infancia pero que se incrementaron en los últimos tiempos. El contenido principal de su padecer son unos temores de que le algo suceda a dos personas amadas: su padre y una mujer a quien él admira. Por otra parte siente impulsos obsesivos (cortarse el cuello con una navaja de afeitar) y necesidad de producir prohibiciones referidas a cosas indiferentes o de mínima importancia para el común de la gente.


El joven paciente refiere a Freud sus deseos de ver mujeres desnudas y su temor del castigo que estos anhelos conllevaban, la amenaza de la muerte de su padre por lo cual debía hacer todo tipo de rituales y ceremoniales a fin de evitar que esto efectivamente ocurriera.


El temor obsesivo era: si él tenía el deseo de ver una mujer desnuda, su padre moriría. Este afecto penoso o estado emotivo lo impulsa a realizar acciones de defensa. Lo llamativo es que su padre ya había muerto, de allí que el afecto penoso se constituía en un delirio: que al padre le sucedería algo malo en el más allá.


No vamos a desarrollar el caso en su totalidad, tan sólo a modo de presentación de aquello que hoy se denomina TOC y que para el psicoanálisis es un síntoma dentro de una obsesión completa.


El tratamiento que realizó Freud con este paciente demuestra que el psicoanálisis es un espacio de libertad…


Para concluir no rechazamos los avances científicos ni los de las neurociencias pero no acordamos en que se deba considerar al sujeto como un manojo de neuronas interactuando con el ambiente. El enfermo es siempre un sujeto con historia, nunca un sistema neurológico aislado. Postulamos que los síntomas, con independencia de la influencia biológica que tengan, tienen significados, conscientes o inconscientes, para el paciente.


Por eso no hablamos de predisposición, muchas veces sucede que el síntoma está instalado pero tal vez sea egosintónico; es decir para ese sujeto no es insoportable como para que haga una consulta, quizás sea inaguantable para los que lo rodean pero no para él, no se implica subjetivamente, no sufre, entonces no hay lugar para un tratamiento. También es cierto que a veces los pacientes se aferran a sus síntomas por sus significados especiales y por el control que ejercen sobre su entorno, algo claramente observable en la clínica.


Concluyendo, la consulta se hace cuando el paciente ya no se arregla con su síntoma.


Ahora bien, con respecto a esto en psicoanálisis cuando hablamos de síntoma nos estamos refiriendo a un modo de respuesta frente a lo que se impone como traumático, y para el psicoanálisis lo traumático es algo del encuentro con lo insoportable, indigerible, que no puede ser procesado por el aparato psíquico. Esto ¿qué sería? Esto es singular para cada sujeto, hay una tendencia a pensar que lo traumático es igual para todos y no es así, un acontecimiento x puede constituirse en traumático para Z mientras que para otro sujeto es inofensivo, no deja marca.


Por eso proponemos una clínica que si bien por supuesto se basa en una teoría que nos orienta en el diagnóstico (imprescindible para pensar la dirección de la cura) el diagnóstico se arma en transferencia con cada sujeto que viene a contarnos de la singularidad de su síntoma y del padecimiento que este le provoca y nosotros escuchamos el discurso del paciente, construimos con él un dispositivo donde algo del saber inconsciente sobre su síntoma pueda desplegarse y abriendo las coordenadas para abordar lo enigmático del mismo.






Un artículo de:

Licenciada Susana Reif


Psicóloga (UBA). Psicoanalista. A cargo de la Coordinación General Centroa. Docente Facultad de Psicología UBA. Miembro equipo de Investigación UBACyT. 4982-9086 - info@acentro.com.ar




Licenciada Susana Masoero


Psicóloga (UBA). Psicoanalista. Coordinadora del espacio de extensión Centroa. Integrante del Departamento de Violencia Estudios Lacanianos (E.O.L.) 4982-9086 - info@acentro.com.ar