martes, 31 de marzo de 2009

Medea: del amor a la muerte.

(artículo publicado en el libro “De astucias y estragos femeninos”)
(Susana Masoero, Susana Reif)
Medea

La tragedia se basa en un mito griego; Medea, hija de Aietes, rey de tierras bárbaras al este del mar Negro y Jasón héroe y jefe de los Argonautas, se encuentran bajo condiciones adversas e inician una intensa relación amorosa que los llevará finalmente al exilio.

Ella es una joven virgen, con conocimientos profundos sobre la magia que “herida en su corazón por el amor a Jasón” decide ayudarlo en su misión: recuperar el Vellocino de Oro.
De esta forma traiciona a su padre, mata a su hermano para poder huir, y posteriormente, logra con engaños que las hijas de Pelias, rey de Iolcos maten a su propio padre.
Finalmente la pareja luego de un largo y peligroso viaje llega a Corinto donde se establecen junto a sus dos hijos.
Allí viven en paz durante varios años, hasta que el rey Creonte ofrece a Jasón casamiento con su hija Glauce, éste acepta repudiando a Medea.
La tragedia fue presentada en Atenas en el año 431 a.C.
Se inicia con una conversación entre la nodriza y el pedagogo de los niños mediante la cual se narran los antecedentes de la historia y los acontecimientos actuales: el perjurio de Jasón, el disgusto y la furia de Medea y la decisión del rey de expulsarla de Corinto, para protegerse de su venganza.
A esto le sucede un enfrentamiento entre Creón y la maga donde ella logra con artimañas postergar por unas horas la expulsión del reino.
En el agón retórico Medea le demuestra a Jasón que su acto es indigno ya que esconde un interés que nada tiene que ver con el bienestar de ella o de sus hijos.
Posteriormente se presenta Egeo, rey de Atenas, que promete asilo a la maga.
Una vez lograda esta promesa, Medea consuma su venganza, mata a Glauce, al rey Creón y a sus propios hijos, triunfando sobre su adversario, que no puede siquiera recuperar sus cuerpos, dado que ella huye en el carro alado del sol.

MEDEA: Del Amor a la Muerte

“(…) Pero mi manera de razonar no es la misma para ti y para mí.

Tú tienes esta ciudad, y además, una casa paterna y ventaja de vida
y trato de amigos. Yo, en cambio, habiendo sido llevada como botín
desde una tierra bárbara, sin madre, ni hermano, ni siquiera un pariente
para encontrar refugio de esta desgracia mía, hallándome solitaria
y sin patria, soy injuriada por mi marido….
...Nosotras las mujeres somos la criatura más desdichada.
En primer lugar es necesario que compremos un esposo
a un precio extravagante
Y haber conseguido un amo para nuestro cuerpo;
de hecho ese mal es todavía más doloroso que el otro.
Y la prueba más grande reside en haber tomado uno malo o uno bueno…”[1]


Como todos los grandes textos la lectura de Medea conlleva dificultades.

En este caso su complejidad reside en la multiplicidad de niveles posibles de abordaje, por lo cual, ceñirse a uno cualquiera sería pecar de reduccionismo
Es necesario entender esta tragedia que trasciende su época, como una articulación de elementos artísticos, socio-políticos y culturales.
Medea es por lo tanto una manera de hablar de las posiciones femeninas.
Al respecto se dice en el volumen I del texto La Historia de las Mujeres:
“(…)La historia de las mujeres es la historia de cómo ellas toman la palabra… Ardua empresa es dejar la palabra a las mujeres. Ciertamente, apenas creada, los dioses dotaron de voz humana a Pandora, la primera mujer, y a partir de entonces las voces femeninas pueblan de murmullos el mundo antiguo… Las mujeres gritan cuando se mata…, lloran acompañando el cuerpo del muerto…, cantan en los coros…, parlotean en la cueva del universo doméstico…, levantan la voz adoptando la apariencia de ciudadanos, de acuerdo con las buenas intenciones del poeta. Pero, ¿hablan? Esos gritos, esos llantos, esos cantos, esas conversaciones expresan bien a las claras la imposibilidad, para las mujeres, de acceder a la única palabra reconocida: la palabra política…”[2]
Pues bien, ¿quién tiene la palabra entonces? ¿Las mujeres o los hombres? Que a través de heroínas dicen de sus propias fantasías sobre un mundo del que cada tanto surge un Otro absoluto y radical capaz de las acciones más temibles?
Un Universo poblado de seres cuya naturaleza dual, los deja por fuera del campo de lo racional, de la polis, terreno de lo masculino.
En ese sentido la Medea de Eurípides es un ejemplo paradigmático de la ambigüedad atribuida a las mujeres.
Nuestra lectura pretende una aproximación a dicho personaje más allá de su acto inmortal, presentándola como una figura compleja.
Por un lado representa en la tragedia (cuyo final aberrante es una creación del autor) lo más extraviado que puede develarse en cualquier mujer.
Por el otro, es una madre amorosa y una enamorada capaz de los mayores sacrificios para satisfacer a su hombre.
Aún siendo mujer se encuentra munida, como el Héroe clásico, de areté, ella encarna la sabiduría, maneja el logos venciendo con su pericia a Jasón en el plano de lo jurídico, domina también la magia y la hechicería por lo cual es temida y respetada, y además pero por sobre todo, es una cazadora excepcional que culmina su venganza haciendo de su marido la pieza mayor.
Cuando el vencido no repara sus errores, como sí lo hubiera hecho de ser un hombre su contrincante, Medea recurre a sus dotes extraordinarias, consumando una venganza cuyas consecuencias perduran hasta nuestros días en el imaginario popular y en el seno de una estructura, la masculina.
Se advierte por lo tanto, que uno de los objetivos subyacentes en la obra es develar el statu-quo social y jurídico de las mujeres, cómo son conducidas al matrimonio y cuál es el lugar que ocupan en esta institución.
Como en todas las demás instituciones el rango que les corresponde está en relación a lo imaginario, a una mirada masculina que construye su ser pero por sobre todas las cosas su “deber ser”.
Médicos, juristas, artistas, ignotos escribas dicen de su cuerpo, cuerpo casto amarrado bajo la función materna, función excluyente y exclusiva.
Es claro entonces, que las mujeres de esta época no pueden considerarse el modelo que inspira a Eurípides para inventar “su” Medea; amordazadas por la moral griega es impensable que alguna se levante contra el orden establecido.
De ahí que el poeta elija a la bárbara para expresar su parecer acerca de un sistema que oprime a los más débiles.
A su vez Jasón, que en la imaginería popular era el Héroe griego indiscutido, es transformado en un cobarde calculador, que a diferencia de Medea actúa llevado por sus pequeños intereses y no por pasión.
De este modo el autor convierte a la parricida del mito en una figura trágica, movimiento necesario para poder exponer en su obra el destino de las mujeres.
Todo nos lleva a pensar que el acto de Medea es de una extraña justicia.
Su lamento, su venganza, van más allá de la cólera por el abandono o el perjurio de Jasón, hay allí algo del orden de la reciprocidad ante la estafa que supone el atropello de sus derechos.
Ella sabe que aún en este modelo de dominación existen límites que no deben traspasarse, ciertos privilegios y derechos que no pueden ser avasallados.
Sabe también dónde dar el golpe; cuando mata a la prometida y a los hijos de Jasón, está eliminando su posibilidad de ocupar un lugar en el linaje, condenándolo a ser un adolescente eterno, un paria de la historia.
Lo obliga a vivir con el horror de esa pérdida por el resto de sus días y más allá de la muerte.
Y bien, ¿Qué dice el psicoanálisis lacaniano? ¿Qué es una mujer ¿Qué es una Verdadera Mujer?
Que sea una y No Todas nos orienta en la perspectiva de lo singular, solo puede decirse de una en una como tyché, no como estructura sí como posición que se articula a algo que es del orden de la contingencia, es decir aquello que no se esperaba encontrar desencadena el acto que arranca al Otro algo que es del orden de los bienes.
Medea expresa como la Verdadera Mujer que una vez atravesados los límites puede desprenderse del tener en tanto ella ha admitido su propia castración, surge como efecto de un acto en el que su ser se extravía fuera de lo simbólico.
Lacan nos dice en Escritos II (740):
“(...) Pobre Jasón partido a la conquista del vellocino de oro de la dicha y que no reconoce a Medea. . . “
Nos preguntamos… ¿Qué causa a Medea a realizar el acto, ese toque mortal que dejará un vacío, una herida irreparable en Jasón?...
Ella mata a sus hijos no por el goce de sacrificarlos sino por el goce de la venganza del hombre que la ha traicionado. Denuncia que el reino del tener es absurdo si le falta Jasón.
¿Cómo articular la cita de Lacan?
“(…) El hombre sirve de relevo para que la mujer se convierta en Otra para si misma, como lo es para él.”[3]
La traición de Jasón empuja a Medea a esa región desconocida en que ella se vuelve Otra para sí misma y elabora la venganza: matando a sus hijos se priva del tener. En este caso que el hombre sirva de relevo puede llevar a una mujer a alcanzar esa zona peligrosa que no hay que alcanzar; donde está el Otro de sí misma que revela ese goce mortífero de ser privada.
Amar la falta y gozar de ella.
Otra modalidad posible del goce de la privación es lo que Lacan denomina estrago, aludiendo a lo que un hombre puede llegar a provocar en una mujer.
En la leyenda, Medea llevada por su amor a Jasón, traiciona a su Padre, mata a su hermano, huye de su Patria condenada al destierro en una época en que eso era peor que la muerte.
En ese sentido y refiriéndose al goce de la privación Eric Laurent nos dice:
“(…) Fabricarse plus a partir de la sustracción en el tener, y poder llegar mucho más lejos que los hombres en los caminos de la devoción al amor, porque en el fondo de sí misma no está amenazada por la castración….”[4]
Hay un sín-limite en contraposición a la cobardía de Jasón, quien solo intenta proteger su tener;
al abandonar a Medea para casarse con la princesa Glauce pretende asegurarse un reino, una descendencia legítima que con Medea “la bárbara”, “la extranjera” no tendría.
Ahora bien, si Lacan enuncia que hay la verdadera mujer es porque ¿hay la falsa? La respuesta la encontramos en La Tercera donde señala :
“(...) Es evidente que se tiene un automóvil como se tiene una falsa mujer; uno se empeña en que sea un falo, pero su única relación con el falo consiste en que el falo es lo que nos impide tener una relación con algo que sea nuestra contrapartida sexual.”
La contrapartida sexual para Lacan es el Otro sexo y el Otro sexo es la mujer. La falsa mujer es la que se presenta como Uno siendo el falo. La histérica se ofrece como el falo que le falta al hombre; identificada a la posición viril adora a la Otra mujer. Por ejemplo Dora va a buscar en la Sra. K el secreto de la feminidad.
La diferencia radical con la posición femenina, es que el hombre sirve de relevo para que una mujer en el coito se pierda como sujeto, abandonándose a ese goce desdoblado más allá del goce fálico.
El goce femenino es ilocalizable y allí radica lo más femenino de una mujer, del lado del ser: la no-toda.
La no-toda implica que ella no rechaza el goce fálico sino que además tiene relación con un goce suplementario que la hace más cercana a lo real. Se sirve del falo como de un semblante detrás del cual oculta ese otro goce.
Es un semblante, tal como el Nombre del Padre, el semblante por excelencia según sostiene Lacan en El Despertar de la Primavera, articulándolo a otro semblante: la Máscara, que pone en el lugar vacío de La Mujer.
El velo levantado no muestra nada, nos dirá.
Inferimos por lo tanto que la función de la máscara es velar la nada, el agujero, por eso es el semblante propiamente femenino.
Eso no significa que el hombre siempre quiera encontrarse con lo femenino. Ese goce suele ser padecido por las mujeres y al hombre también puede producirle horror. Pues bien ¿cómo lo aborda? Fetichizando a la mujer por ej.siguiendo a Freud “el brillo en la nariz”.
La mujer también se fetichiza, muestra las “lolas”, se recarga de adornos, se preocupa excesivamente del pelo, “esos raros peinados nuevos”, etc.
¿Qué salida estructural tiene la mujer para evitar el Otro de ella misma?
La histeria: identificarse al hombre y hacer algo con el objeto a: adorar a la Otra como enigma de la feminidad. Esto lo hace desde la posición hombre. La histeria como solución responde a la falta del Otro no con la respuesta del goce como sería la posición femenina, sino con la respuesta de su falta en ser. Se sustrae del goce y se afirma como sujeto; no consiente ser para el hombre objeto de goce.
Otra de las soluciones que encuentra la histeria en el registro del ser es la mascarada.
En “El hueso de un análisis” JAM condensa máscara y masculina en: “le masque-lin de la femme”, “la máscara – ulina de la mujer...”.
Ella se ve forzada a velarse, se enmascara para acentuar su semblante.
En los Escritos Lacan señala que:
“(...) Es para ser el falo, es decir el significante del deseo del Otro, para lo que la mujer va a rechazar una parte esencial de la femineidad, concretamente todos sus atributos en la mascarada Ser el objeto fálico que le falta al Otro es el tratamiento imaginario de la castración, que implica una modalidad de goce en la histeria.
Si La Mujer no existe es porque hay un significante de la falta en el inconsciente, pero la histérica sí existe, y su queja reinvidicativa recorre su vida con la demanda permanente de un lugar, de una representación.
Ser el falo que le falta al hombre aunque sea sin tenerlo para poder ser algo la conduce a pagar con el sacrificio de su goce.
Es desde allí que la histérica se ha constituye en el representante de la feminidad, de la mascarada, extrañada en lo que no es, el falo.
Dentro de la posición histérica afirmada en el tener, coexisten la madre que ubica al niño como objeto de su goce, con la mujer con postizo que se agrega artificialmente lo que le falta.
Cuando un niño lo es todo para una mujer ella desiste de buscar en el cuerpo de su partenaire sexual el significante de su deseo.
Según Miller, en el artículo “El niño entre la mujer y la madre”, es necesario que haya una división en el deseo para sostener estos dos lugares.
Ahora bien, una división radical también tendría consecuencias complicadas, que el niño quede atrapado en el fantasma materno, por ej. o un acto al estilo de Medea: caída del lugar de causa del deseo en Jasón ya no puede sostener su posición de madre.
Por su parte la mujer con postizo aparece como no-castrada, se refuerza un rasgo desde lo imaginario para ocultar su falta de tener, en ese sentido podemos pensar el final de la tragedia cuando Medea parte en el carro alado del sol, cuyo resplandor no permite ver de cerca que sólo se trata de eso: “un postizo”
Con las fórmulas de la sexuación se abren en Lacan dos nuevas vías para pensar la diferencia sexual a partir del goce: la lógica del todo y del no- todo.
El falo aparece como significante del goce que regula los lugares en que cada sexo va a ubicarse.
Si bien hay la función fálica para los dos sexos, no todo es fálico. Del lado de la mujer bajo la lógica del no-todo hay goce del ser. Es un goce adicional, suplementario, sin medida fálica y sin localización, independientemente del sexo biológico.
“De ese goce ella quizás nada sabe, dice Lacan en Aún, a no ser que lo siente, eso sí lo sabe… cuando ocurre. . . no les ocurre a todas.”
El Otro sexo está del lado de la mujer tanto para los hombres como para las mujeres.
El hombre que no está “estorbado por el falo” puede estar del lado derecho de las fórmulas.
Del lado del todo, Lacan ubica el goce fálico que es mensurable, es el goce del órgano, autoerótico, goce de propietario lo llama en tanto prescinde del Otro, por lo tanto no hay posibilidad de que el hombre goce del cuerpo de la mujer más que como objeto petit a, es decir desde el fantasma.
Desde esta perspectiva, la clínica subvierte el reinado del falocentrismo. Sitúa la diferencia sexual como una diferencia radical de los goces que hace la relación sexual imposible.
En El hueso de un análisis, Miller nos habla de la mujer actual:
“(...) Es claro; la mujer moderna tiende a hacer del hombre un pequeño a, ella le dice “eres apenas un medio de goce” y eso va junto con la desvalorización del amor, pero no es verdad es puro teatro...”
Para concluir otra reflexión acerca de la relación entre el goce y el amor:
dice Miller en Lógicas de la vida amorosa que lo que para la fonética española es amor, en francés podría escucharse como “a mort” ha muerto.
¿La Medea? ¿O del amor a… La muerte?

[1] Medea: Episodio I
[2] Historia de las mujeres; Introducción, Georges Duby y Michelle Perrot
[3] Lacan, Jacques: “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”. Escritos
[4] Laurent, Eric: Posiciones femeninas del ser




"Pero mi manera de razonar no es la misma para ti y para mí.Tú tienes esta ciudad, y además, una casa paterna y ventaja de viday trato de amigos. Yo, en cambio, habiendo sido llevada como botíndesde una tierra bárbara, sin madre, ni hermano, ni siquiera un parientepara encontrar refugio de esta desgracia mía, hallándome solitariay sin patria, soy injuriada por mi marido…....Nosotras las mujeres somos la criatura más desdichada.En primer lugar es necesario que compremos un esposoa un precio extravagante y haber conseguido un amo para nuestro cuerpo;de hecho ese mal es todavía más doloroso que el otro. Y la prueba más grande reside en haber tomado uno malo o uno bueno…”