lunes, 21 de septiembre de 2009

La femineidad como màscara

“…El lector puede preguntarse cómo distingo la femineidad verdadera y el disfraz.
De hecho no sostengo que tal diferencia exista,
la femineidad ya sea fundamental o superficial es siempre lo mismo.
[1]


Entre los años 1920 y 1930 se suscitó en el seno del movimiento psicoanalítico una extraordinaria controversia en torno a la sexualidad femenina y las vicisitudes del desarrollo psicosexual. Los ecos del debate persisten todavía.

Corre el año 1923 y Freud introduce el primado del falo postulando la etapa fálica. Es en relación al complejo de castración y su articulador el falo que tanto el niño como la niña deberán posicionarse, Freud plantea un desarrollo similar en ambos sexos hasta la entrada en el complejo de castración, a partir de allí los caminos serán diferentes: en la niña “la envidia del pene” derivará en la ecuación pene-niño con sus tres salidas posibles: el complejo de masculinidad, la renuncia a la sexualidad y hacia la femineidad, cuya salida es por la vía de la maternidad.
Acerca de estos postulados se levantarán distintas voces rechazando el desconocimiento de la vagina, la envidia del pene y la concepción del masoquismo primario como esencia de la feminidad.
Melanie Klein, Ernest Jones, Joan Riviere, Helen Deustch y Karen Horney, entre otros abordaron de lleno el tema aunque de muy diversas maneras, tanto Jones como Helen Deutsch y Karen Horney formularon postulados biologicistas o innatistas. Riviere, por su parte se pregunta sutilmente en su artículo La sexualidad como Máscara: ¿Cuál es la naturaleza esencial de una feminidad completamente desarrollada?
Se plantea así el debate: … una mujer ¿nace o se hace?, interrogante que de alguna manera es recogido por Freud quien termina por preguntarse ¿Qué quiere una mujer?
Teniendo como fondo dicha polémica Joan Riviere presenta este texto en el Congreso sobre Sexualidad femenina realizado en Francia en el año 1930.
El escrito postula la siguiente tesis “las mujeres que aspiran a una cierta masculinidad pueden adoptar la máscara de la feminidad para alejar la angustia y evitar la venganza que temen de parte del hombre”. Se desplaza de las encerronas epistemológicas de su época para proponer otra mirada, diciendo “…El lector puede preguntarse cómo distingo la femineidad verdadera y el disfraz. De hecho no sostengo que tal diferencia exista, la femineidad ya sea fundamental o superficial es siempre lo mismo. La capacidad de femineidad existía en esta mujer (y me atrevería a decir que existe aún en las mujeres más homosexuales), pero a causa de sus conflictos, la femineidad no constituía la línea principal de su desarrollo. La femineidad fue utilizada como un medio para evitar la angustia antes que como modo primario de goce sexual.

Podría ubicarse allí el gérmen del movimiento que lleva de la sustancialización de la sexualidad a la incidencia de la castración en el sujeto, sujeto en falta, no hay relación sexual, La Mujer no existe, sólo se trata de mujeres y semblantes.

Volviendo a la paciente, señala Riviere, que podría decirse que era una triunfadora: exitosa en su profesión, feliz en su matrimonio (tenía excelentes relaciones con el marido tanto en el plano afectivo como sexual) y por si esto fuera poco: perfecta ama de casa,
Ahora bien, toda su vida había sufrido de una cierta angustia, a veces muy intensa, que se manifestaba después de cada una de sus presentaciones en público. A pesar de su éxito innegable, era presa generalmente, en el curso de la noche siguiente, de un estado de temor de haber cometido un error o una torpeza, sintiendo una necesidad obsesiva de que la afirmaran.

Esta ansiedad la llevaba compulsivamente a llamar la atención o a provocar cumplidos de parte de un hombre o de varios a la salida de las reuniones en las que había participado o en el curso de las cuales había desempeñado el papel principal.

En el transcurso del análisis se evidenciaron dos cuestiones: por una parte que la rivalidad edípica con la madre había sido extremadamente intensa y no se había resuelto nunca de modo satisfactorio, por la otra que su comportamiento provocador con algunos hombres, coqueteando, intentando seducir o de ser objeto de avances sexuales estaba dirigido a subrogados del padre.
Su adolescencia había estado marcada por una rebeldía consciente contra su padre hecha de rivalidad y desprecio, sin embargo su trabajo intelectual (hablar y escribir) se basaba en una identificación con el padre, que en sus inicios fue escritor y luego se había dedicado a la política.

Siguiendo a Lacan podríamos decir: el estrago materno por un lado (el deseo de la madre es siempre estragante, sostiene en el seminario XVII) y una primera salida de él en la identificación al padre y el armado de ciertos síntomas histéricos.Volviendo a Riviere: el análisis reveló que su coquetería y sus “miraditas” compulsivas se explicaban así: se trataba de una tentativa inconsciente de alejar la angustia que resultaría del hecho de las represalias que temía de parte de esas figuras paternas como consecuencia de sus proezas intelectuales.

Su rencor no era, sin embargo, abiertamente expresado, puesto que en su vida reconocía explícitamente su condición de mujer.
Así el fin de su acto compulsivo no apuntaba simplemente a hacerse afirmar despertando en el hombre sentimientos afectuosos, sino que trataba sobre todo, adoptando la máscara de la inocencia, de asegurar su ingenuidad.
La feminidad podía de este modo ser asumida y llevada como una máscara, a la vez para disimular la existencia de la masculinidad y evitar las represalias que temía si se llegaba a descubrir lo que estaba en su posesión.
Esta mujer se había casado tardíamente, a los 29 años, estuvo muy angustiada con el problema de la desfloración y le pidió a una ginecóloga que le hiciera una incisión en el himen antes de la boda, pero estaba decidida a conseguir el orgasmo que sabía que algunas mujeres obtenían en las relaciones sexuales, temía ser impotente (sic)
Con Freud,
de acuerdo a El tabú de la virginidad podría leerse este acto como un resguardo de su narcisismo, evitando poner en su marido el acto de la desfloración.Sigue Riviere: finalmente obtuvo intensos y frecuente placeres sexuales, pero en el análisis descubrió que la gratificación obtenida del placer sexual era reafirmación y restitución de algo perdido y no un puro goce. El amor del hombre le devolvía la autoestima. En el transcurso del análisis cuando los impulsos hostiles y castradores hacia el marido se hicieron más evidentes empezó a disminuir su deseo sexual hasta que finalmente cayó en la frigidez, la máscara de la feminidad se desgastaba poco a poco, haciéndola aparecer como castrada (sin incapaz de experimentar un placer) o como castradora, en una época que su marido tuvo una aventura amorosa descubrió que se identificaba con su rival.

Por otra parte (…)”Su relación con las demás mujeres estaba teñida por sentimientos de rivalidad consciente si eran bonitas o tenían pretensiones intelectuales, por el contrario si se encontraban en una situación de debilidad o sufrimiento inmediatamente aparecía una veta solidaria que de cualquier modo debía ser reconocida, caso contrario estallaba en ataques de cólera…”
Diríamos nosotros: la histérica se vale de otra mujer con la ayuda del Uno (el hombre en la posición fálica) para interrogar la posición femenina –la alteridad como tal. En lugar de usar al hombre como relevo, se interroga con el Uno a la Otra mujer.

Joan Riviére, por su parte da cuenta de este caso en términos de la teoría kleiniana, postulando una relación profundamente sádica con ambos padres pero mucho más con la madre, y dice así:

Había un sueño cuyo sentido era el siguiente: ella había matado a su padre y a su madre llegando a ser la propietaria exclusiva de todos los bienes (sola en la casa) temía la venganza posible (esperaba disparos desde las ventanas) y se defendía representando un papel doméstico (lavar la ropa) tratando de lavar la suciedad y sudor, la culpabilidad y la sangre, y borrar las consecuencias de sus actos “disfrazándose de mujer castrada. Bajo este disfraz, no solo el hombre no podía descubrirle encima ningún objeto robado sino que la encontraba atractiva además en tanto objeto de amor.
Antes de tener este sueño había tenido otros donde los personajes adoptaban máscaras para evitar un desastre, en uno de ellos una torre situada en lo alto de una colina se derrumbaba y aplastaba a los habitantes de una aldea ubicada a sus pies, pero los habitantes se cubrían el rostro con máscaras y escapaban así a la catástrofe.

Riviere, ubica su temor a la venganza de la madre a quien había atacado y robado todos sus objetos (en el plano de su fantasía). Escapando de esta posibilidad se dirige al padre identificándose con él, así con la masculinidad adquirida por vía identificatoria puede ponerla al servicio de esa madre persecutoria que por retaliación devuelve los ataques destruyendo el cuerpo, la belleza, los hijos futuros, devorando, torturando, matando, la salvación de la niña solo es posible vía la reconciliación con su madre abandonando toda competencia y devolviendo lo que le ha robado, se identifica al padre y pone la masculinidad al servicio de la madre.Ahora bien ¿cual es la lectura de Lacan al respecto?

Dice Lacan: “El goce materno desestructura a la histérica, el amor al padre la estructura”.
Por un lado, se plantea la cuestión de cómo nombrar ese goce de la madre, que desborda lo que el padre puede significar. Se van perfilando algunos significantes en el intento de cernir el goce materno, significantes que sostienen la identificación y el amor al padre, que es el modo en que la histérica puede hacer un tratamiento para no quedar atrapada en el estrago.
“… El falo concebido como el significante de la falta, (dice en el Seminario 5) el significante de la distancia entre la demanda del sujeto y su deseo. Para acercarse a este deseo, siempre hay que hacer una cierta deducción de la entrada necesaria en el ciclo significante. Si la mujer ha de pasar por aquel significante, por paradójico que sea, es porque no se trata de realizar una posición hembra dada primitivamente, sino de entrar en una dialéctica determinada por el intercambio… convirtiéndose ella misma en un objeto de intercambio."En ese sentido me parece pertinente realizar un pequeño recorrido por la construcción que hace Bernard Nominé en su Conferencia “Lo infantil y lo femenino”, con respecto al pasaje de la madre al padre.
Parte del cap. 3 de "La feminidad" donde Freud sostiene que en la época de la relación sexual exclusiva con la madre, existe en la niña una satisfacción sexual de naturaleza pasiva, un goce pasivo... Una parte de la libido del niño permanece adherida a estas experiencias y goza de las satisfacciones conexas; otra parte se ensaya en su re-vuelta a la actividad. "…dicho de otra manera, la niña trata de transformar una parte del goce pasivo, traduciéndolo en actividad.
Se podría pensar que buscando un niño la mujer procura recuperar esa parte del goce pasivo, experimentándolo de modo inverso, o sea activo, en la maternidad.
“… la madre fue el primer objeto de goce para niña, se trataba en esa época de satisfacer las tendencias pasivas... luego esas tendencias se tradujeron en actividad, conseguir el falo se vuelve la meta de la niña... el penis-neid (envidia del pene) pertenecerá a ese registro de la metáfora de esas tendencias activas, en el estadio fálico la mayor parte de la libido que se realizará de modo activo, sufre la represión y luego, la represión de la masculinidad infiere un daño permanente a una parte de las tendencias sexuales en la mujer. Entonces es cuando Freud añade "la transición al objeto paterno se lleva a cabo con la ayuda de las tendencias pasivas en la medida en que hayan escapado al aniquilamiento".
Según Lacan se trataría de una transferencia en el sentido analítico. Es decir que hay allí una suposición de saber, un saber ¿sobre qué?, un saber sobre el goce perdido.
El penis-neid, por lo tanto, sería una primera metáfora para intentar decir lo que le falta a la niña, saber sobre el goce perdido.
Cuando la niña acepta que la madre no solamente no tiene el pene, sino también que no tiene las palabras para decirlo todo del goce perdido, entonces pasaría del Penisneid (envidia del pene) al Peniswunch (deseo del pene) se dirige a su padre, porque él tiene un pene, pero sobre todo porque tiene el falo, es decir un significante para traducir algo de su goce…” , y así como el penisneid vendría a representar el goce perdido, el peniswunsch (al padre) sería la señal de que el sujeto ha renunciado alcanzar ese goce pasivo; y sin embargo esa pérdida que llamamos objeto a (dice Nominé) sigue empujando a la metonimia del deseo.
Pero esto sólo es posible si las tendencias pasivas han escapado al aniquilamiento que sería traducir por completo las tendencias pasivas en masculinidad, sin resto.
Ese resto, que queda siempre como significado desconocido debajo del significante, es lo que parece orientar al sujeto femenino en su elección de objeto.
Podríamos preguntarnos si el aniquilamiento de las tendencias pasivas en Freud es el equivalente al estrago. El estrago que aparece en distintos momentos de la enseñanza de Lacan, queda ligado a la madre.
Como ya hemos dicho, en el Seminario 17 señala: “El deseo de la madre siempre produce estragos”, es decir la madre siempre es estragante.
En El atolondradicho en cambio el estrago se destaca como exclusivo de la relación hija- mujer/ madre “…el estrago que en la mayoría de las mujeres, es la relación con la madre.
Melanie Klein plantea la cuestión de modo diferente, la madre kleiniana, que podría pensarse como una madre totémica, sin ley, es una creación subjetiva dependiente del quantum pulsional que cada quien porte constitucionalmente.
Mientras mayor es el sadismo de un sujeto, más persecutoria y terrible será aquella Otra prehistórica.
Freud, por su parte, en el artículo "Sobre la sexualidad femenina" (1931) sostiene que esa exclusividad de la ligazón con la madre preedípica y sus vicisitudes "angosta el desarrollo de la feminidad " y es allí donde se encuentra el germen de la paranoia.
De los deseos agresivos orales y sádicos sofocados por una represión prematura deviene "la angustia de ser asesinada por la madre, a su vez suficiente justificación “de que la madre muera”.
Ahora bien, la fantasía de ser asesinada podría conectarse con la fantasía de ser "devorada por la madre".
En Klein, por su parte la Envidia y la voracidad son primarias. La Envidia es la expresión sádica oral y sádica anal de la Pulsión de Muerte, es ese resto no expulsado cuyas consecuencias son determinantes en la constitución subjetiva, su contrapartida es la voracidad, un anhelo vehemente de obtener del objeto más de lo que puede y desea darle, la voracidad es del sujeto, no del Otro, por retaliación la madre (del plano fantástico) a su vez quiere robarle sus objetos y atacarlo como fue atacada.
Para redondear, este caso puede leerse también con las coordenadas que proporciona Lacan en el Seminario 8 en donde define al Falo con mayúscula como el significante de la presencia real del deseo.
Tanto para la histeria como para la obsesión la cuestión es hacer manejar la presencia Real del deseo: el modo que tienen es proyectar Φ sobre el cuerpo y sobre los apéndices del cuerpo que encarnan el tener y el no tener: es decir leer el Φ en el cuerpo, rebajándolo a una presencia real del órgano, presencia real del tener y el no tener. Es decir leer esto en términos de castración, cómo se deduce el tener y el no tener.
Graciela Brodsky siguiendo a Miller propone dividirlo en tres momentos.

1er. Tiempo: el de las conferencias en público. Se ubica aquí una identificación viril con el padre. El primer tiempo entonces se juega sobre la base de resolver el penis neid, como resolver la presencia real, a partir del tener: ella tiene el falo y lo exhibe, es un tener que muestra articulado a la cuestión del saber. Es el tiempo del tener.

Dice Lacan; “… Se ponía una máscara en su actuación profesional con hombres para engañar a quienes hubiera ofendido por su agresión y goce de la supremacía fálica.
Pero tiene un problema después de las conferencias:

2º. Tiempo: Es asaltada por la idea de pensar que se equivocó, o dijo algo impropio. Esto la lleva a una crisis de angustia. Consulta, de hecho, por estas crisis de angustia. Así como el tener venía al lugar del penis neid, en el segundo tiempo la angustia de castración viene al lugar del no tener: aparece angustia de castración. Este es el tiempo lógico del no tener, para algunas histéricas aparece el lamento, que aparece como inhibición, depresión, efectos en la histeria del enfrentamiento a la angustia de castración, el enfrentamiento con el punto donde la identificación viril falla.

Pero lo que hace esta paciente, en lugar de deprimirse, es otra estrategia:

3º. Tiempo: Se dedica a seducir a los hombres fascinados por sus conferencias. Los seduce, pero con una estrategia particular: haciéndose la que no sabe, que no puede , que no sabe cómo hacer para tal o cual cosa, ubicándose totalmente del lado de la que no tiene. Este es el tiempo de un no tener, pero es una transformación del no tener con el que se topaba en el momento de angustia de la noche, del no tener del segundo tiempo: es hacer algo diferente del no tener, del lamento, convirtiendo el no tener en ser: ser objeto del deseo del Otro:

Ser__
No tener
Y es en este tiempo que J. Riviere dice: eso es la mascarada femenina, apoyarse en el no tener y hacer de eso un ser: es esta maniobra del no tener transformado en ser lo que se describe en la fórmula:
a_

es decir, un no tener disimulado en la promoción del a como causa de deseo. Esta es la formidable estrategia de la histérica en transformar su no tener en ser.
Saber hacer con la falta y encontrar un recurso.
Esta paciente obtura la falta de un modo particular, no se ubica en el reclamo, ella exhibe su tener en el plano intelectual y también en lo que ese momento se consideraba atributos exclusivamente femeninos, tareas domésticas, solo que ese tener se le vuelve angustiante, para ello elabora un tratamiento de la angustia vía la defensa de la mascarada
Joan Riviere dice que esta paciente histérica quiere seducir, tomando el falo como una manera de hacer caer al hombre.
Por su parte Lacan elevará el falo a la categoría de semblante, no se trata de tenerlo ni serlo tanto para el hombre como para la mujer, sino de servirse de él a fin de representar el papel en la tragicomedia de los sexos.
Siguiendo esta línea la “máscara” podría ser también aquello que permita a un hombre asumir su rol en el escenario.
Para concluir quizás convenga preguntarse cuál es la diferencia entre las histéricas de antaño y las de ahora. Si las épocas han cambiado, si ya a nadie le avergüenza ostentar su “cacho” de poder, si las mujeres hemos logrado nuestro derecho a mostrarlo todo ¿Por qué las histéricas insisten?
Quizás la respuesta la encontremos en la inestabilidad de la no-toda.

El estatuto de la no-toda es precario, por lo tanto la mujer depende del padre como algo necesario. Para Lacan la relación con el padre y la relación con un hombre no están situadas en el mismo lugar. Para los dos sexos el padre se sitúa como necesario en la estructura, en cambio, la relación con un hombre es contingente: se puede o no ser objeto a para un hombre.

En la lógica lacaniana el Padre y el Hombre coexisten en la mujer. Ella puede retener al padre en su inconsciente y al mismo tiempo ser el objeto a de un hombre. La relación con el padre amarra. Se anuda de este modo la estabilidad de la relación con el padre y la inestabilidad de la no-toda dividida en su goce, sometida a la contingencia, será cuestión de cada quien arreglárselas con eso.

En fin, podríamos preguntarnos emulando a Borges: Padre e Histérica ¿unidos por amor o por espanto?

El espanto que causa el estrago materno.

[1] Joan Riviere


“…El lector puede preguntarse cómo distingo la femineidad verdadera y el disfraz.De hecho no sostengo que tal diferencia exista,la femineidad ya sea fundamental o superficial es siempre lo mismo"